Estado de bienestar.
En toda sociedad siempre ha existido, existe y existirá gente necesitada. Personas que aun cuando trabajan no logran cubrir sus necesidades básicas de alimentación, vivienda, salud y educación de sus hijos. Hay quienes logran cubrir estas necesidades, pero ante una contingencia o emergencia no pueden responder. Existen también los que no trabajan por no poseer un empleo o porque no pueden hacerlo, debido a incapacidades físicas o mentales.
¿Qué alternativas de ayuda se dan en esos momentos críticos? Tradicionalmente, de manera informal, las primeras ayudas son de parte de la familia, vecinos, amigos y de la caridad por parte de desconocidos. De una forma más organizada se da por parte de Instituciones de beneficencia financiadas por filántropos individuales y empresariales. David Green expresa en su artículo “La evolución del Socorro Mutuo” (1) que las formas de ayuda antes mencionadas, han estado presentes mucho antes de la aparición del Estado de Bienestar, aun cuando no se reconozca su existencia, debido en parte, a la ausencia de reportes o de estadísticas históricas. Agrega que se le quiere dar relevancia en la mejora de la asistencia social a la creciente participación del gobierno en provisión de la misma.
Se quiere hacer ver, que no existía servicio alguno, antes de la aparición de los seguros obligatorios, impuestos por el Estado. Pero la realidad es otra, señala el autor. Aparte de las ya nombradas formas de ayuda, resalta una manera muy organizada e importante de satisfacer las necesidades de nuestros semejantes, a través de la “ayuda mutua.” Las organizaciones encargadas de proveer dicha asistencia social se denominaron sociedades mutualistas y estuvieron presentes en Gran Bretaña a finales del Siglo XIX y comienzos del Siglo XX.
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Las asociaciones mutualistas fundadas por trabajadores se iniciaron como clubes sociales pero luego vieron la necesidad de brindar ayuda a sus socios en tiempos difíciles. Eran autogobernadas y su filosofía era el compromiso adquirido entre sus integrantes de ayudarse unos a otros, cuando se requiriera. De allí el término “ayuda mutua”. Se diferencian de la filosofía filantrópica en la que se ayuda a otras personas, por generosidad. En las asociaciones mutuales la ayuda se da a los miembros de la misma. No es caridad. No es generosidad. Es un derecho adquirido, en virtud del pago de las cotizaciones establecidas y, del compromiso de hacer lo mismo por los demás, cuando lo requerían.
A pesar del orgullo demostrado por las familias de los trabajadores manuales de autoabastecerse, los salarios eran modestos. Así que, el fallecimiento, enfermedad o accidente del jefe de familia se convertía en pesar y en dificultades, que eran mitigadas por la filosofía de la ayuda mutua. Las sociedades mutuales, comenta Green, ofrecían beneficios tales como “pago por enfermedad cuando el sostén de la familia era incapaz de llevar un salario al hogar debido a enfermedad, accidente o edad avanzada; asistencia médica tanto para el afiliado como para la familia: una subvención por fallecimiento, suficiente para ofrecer un funeral decente; y apoyo financiero y material para viudas y huérfanos de los miembros fallecidos.
Los servicios médicos solían estar a cargo del médico de la logia o filial designada por el voto de los miembros, pero la mayoría de las ciudades grandes también tenía un instituto médico, que ofrecía los servicios que ahora prestan los centros de salud. Las sociedades también proporcionaban una red de apoyo para facilitar que los miembros pudieran viajar en busca de trabajo” (Ob.cit. pp.43).
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Cada sociedad mutual era autónoma, autogestionada, lo que le daba una capacidad de adaptación, cuando y como fuera necesario, para satisfacer las necesidades de sus miembros. Estas sociedades, que se iniciaron como clubes sociales en los que compartían unos pocos miembros, crecieron a tal punto que se extendieron a tres niveles: el filial o local, el distrital y la unidad o nacional. Sin embargo, cada cual conservaba su independencia.
Las decisiones finales se tomaban en asambleas anuales o bienales. Cada miembro gozaba de los mismos derechos, deberes y privilegios. Todos podían optar a cargos directivos y de honor. No había tarea por muy humilde que fuera que no la pudiera realizar un miembro rico y viceversa, un cargo muy alto al que no pudiera aspirar y llegar un socio humilde. El mérito era el requisito requerido: inteligencia para gobernar, capacidad para ejercer la autoridad con la humildad requerida pero con la firmeza necesaria y una conducta personal para asegurar el respeto. Estas sociedades mutualistas, además de los servicios de ayuda eran fuentes de solidaridad, de respeto, de formación, de enseñanza y práctica de valores democráticos y éticos.
En resumen, no solo la autoayuda y la caridad ejercida por amigos, familia e institutos de beneficencia son alternativas a el Estado de Bienestar. La ayuda mutua ejercida por las asociaciones mutuales constituyen una valiosa y más eficiente alternativa. Desafortunadamente las sociedades mutualistas fueron opacadas y sustituidas por los seguros obligatorios impuestos por el estado en momentos de su gran florecimiento.
Por Neley Rueda Ramírez.
Referencia: Green, David. La Evolución del Servicio Mutuo.

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