La educación financiera.
Si queremos que nuestros niños y jóvenes se conviertan en los futuros líderes y empresarios prósperos que impulsen cambios importantes en la sociedad, debemos esforzarnos por darles la mejor educación financiera posible desde tempranas edades. Por eso, la educación financiera oportuna tiene un valor incalculable.
No es un secreto para nadie que el tema del crecimiento de nuestra riqueza no se toca –o se toca mal– en la educación formal que recibimos, cuando debería ser una cuestión medular, precisa y recurrente. Las razones por las cuales esta realidad es así no son el motivo que me impulsa a escribir este artículo, aunque sí son conocidas ampliamente. Debo agregar que esta realidad no es sólo un problema vivimos en nuestro país, sino también en todo el mundo, pero con otros matices.
Pero la educación financiera, en innumerables ocasiones, no sólo es nula o escasa en los niños y jóvenes; también lo es en profesionales, emprendedores y empresarios en ejercicio, que crecieron y fueron formados en ausencia de ella. De allí las consecuencias que muchos sufren por desconocimiento o por no reconocer y vencer sus sesgos a la hora de invertir o emprender negocios. Incluso el “anclaje” en modelos de negocio que no evolucionan es una manifestación de poca cultura financiera en las personas.
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Una educación financiera de calidad crea la disciplina necesaria para vencer los sesgos a la hora de tomar decisiones importantes; brinda herramientas para tener el control de las finanzas personales; familiariza a la gente con los múltiples instrumentos que existen para proteger y multiplicar el patrimonio; involucra a las personas en la dinámica de los mercados y en el poder del interés compuesto; e impulsa el emprendimiento de negocios no sólo eficientes y rentables sino también escalables, es decir, el emprendimiento de negocios inteligentes.
En el terreno intelectual y cultural, desde que nacimos como think tank –y antes como individuos– hemos defendido contundentemente la libertad económica como el mecanismo más eficiente para alcanzar la tan anhelada prosperidad sostenible como sociedad. Y no nos hemos equivocado porque los indicadores económicos más importantes del mundo, así como la teoría económica más seria que se ha planteado hasta el momento, han avalado cada una de las cosas que hemos sostenido y compartido en conferencias, cursos y talleres, por muchos años.
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En ese contexto, enseñar a los niños y jóvenes el verdadero valor del mercado y de la prosperidad basada en la propiedad privada es uno de los catalizadores más importantes para lograr ese ideal de libertad económica al que nos referimos, y tales aristas de la enseñanza –sin duda– forman parte de esa educación financiera que nuestros menores deberían recibir desde muy pequeños. Si la sistema formal de enseñanza no las procura, es responsabilidad de los padres y representantes implementar los mecanismos necesarios para que las generaciones familiares que les siguen se expongan a ellas.
¿Qué sería de nuestra economía si los niños y jóvenes del ayer hubieran sido formados por años en un ambiente de ese tipo? ¿Qué será de nuestra economía en un futuro si nos atrevemos hoy, sin importar nuestra edad, a educarnos en materia financiera y practicar estos principios? Mi humilde opinión es que el éxito estaría prácticamente asegurado y que nuestra prosperidad como sociedad se perdería de vista. Por eso, reitero: el valor de una educación financiera oportuna es incalculable.

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