En el globo terráqueo se encuentran países gobernados por líderes que ostentan diferentes tipos de poder. Algunos quisieran ser omnipotentes, pero esta característica de poder ilimitado, de dominio absoluto del conocimiento, para los creyentes, es atribuible sólo a Dios.
Hay quienes quieren dirigir la vida y destino de sus ciudadanos, con la excusa de darles bienestar y felicidad. Son líderes prepotentes. Ostentan un poder extraordinario, una autoridad ilimitada. El poder los hace sentir superiores a los demás. La pregunta es ¿Superiores en qué? Aparte del poder que tienen, su inteligencia y conocimientos pudieran ser iguales o menores a los que tienen sus paisanos. En caso de ser mayor, ¿cómo saber a ciencia cierta lo que dará bienestar y felicidad a su gente? ¿Quieren todos el mismo bienestar y felicidad? La felicidad es distinta para cada quien. De verdad es una osadía pretender dirigir y determinar la vida y destino de las personas.
Si a nivel familiar se hace difícil guiar y dar a los hijos el bienestar deseado, imaginemos lo utópico que resulta asumir este reto a nivel de una nación, donde hay millones de personas, cada una con diferentes intereses, anhelos y valores.
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Habrá quienes acepten y se sientan bien con las dádivas y beneficios que les ofrece un gobierno paternalista. Estos individuos, por lo general, no tienen ambiciones, se contentan con lo que les den, son perezosos, manejables, dependientes, en otras palabras, de mentalidad pobre. Los que desean surgir, crecer, obtener por sí mismos su bienestar y felicidad no están contentos con este tratamiento, más bien se sienten tristes, deprimidos y se ven forzados a emigrar. Indistintamente de sus buenas o egoístas intenciones (como permanecer en el poder en forma vitalicia), con estos líderes prepotentes, dictatoriales, autócratas, socialistas, comunistas, etc. No se logra el desarrollo, bienestar y felicidad de cada individuo y por lo tanto el de un país.
Se requiere de humildad para aceptar que aun siendo un gobernante, un líder importante es osado el asumir responsabilidades mesiánicas, imposibles de cumplir, como dar el bienestar y felicidad que cada miembro de una nación quiere y merece. Para comenzar no todos son felices de la misma manera. Por otro lado, es imposible saber qué hace feliz a cada quien. Para desarrollar este punto de la humildad nada mejor que el artículo “El humilde argumento a favor de la libertad” escrito por Aaron Ross Powell y editado por Tom Palmer en “Por qué la Libertad: tu vida, tus elecciones, tu futuro” (2018).
Powell explica claramente, cómo nuestros conocimientos son como una gota de agua en un océano. Por muy inteligente y estudiada que sea una persona, lo que no sabe supera enormemente lo que sabe. No debemos avergonzarnos en reconocer nuestra ignorancia. Todos están en las mismas condiciones. Por ello debemos ser humildes. Pero hay algo más, el conocimiento no es absoluto. Lo que fue válido y aceptado hace doscientos años, no lo es hoy, y lo de hoy no lo será mañana. Esto es aplicable en todas las áreas del quehacer humano, en las ciencias, las artes, la filosofía, etc.
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Así que debemos dudar del grado de certeza al determinar lo que es bueno para los demás, lo que los hará felices, así como las vías para lograrlo. En su lugar deberíamos sentir una gran dosis de escepticismo por tal conocimiento así como de nuestras capacidades de querer dirigir la vida de los demás. Esta realidad debería hacernos humildes. Al tener en cuenta cómo funciona el Estado, debería hacernos liberales.
El liberalismo, dice el autor, es una filosofía de humildad. Nos toma como somos y garantiza la libertad para realizarnos tanto como podamos, según las circunstancias, intereses y valores de cada quien. Se confía en las capacidades de cada quien. Se necesita un gobierno con límites. Un gobierno que vele por el respeto de los derechos naturales del ser humano: el derecho a la vida, el derecho a la libertad y a la propiedad privada.
Concluiré expresando que la búsqueda del bienestar y la felicidad es responsabilidad de cada persona en particular. Con su formación, esfuerzo, disciplina y trabajo lograrán su bienestar y el de su familia. El trabajo dignifica y da independencia. Ningún político ni gobierno les dará lo que necesitan y anhelan para ser felices. Un político inteligente y de buenas intenciones debe digerir, procesar y practicar este humilde argumento a favor de la libertad.
Por Neley Rueda Ramírez.

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