Quiero iniciar mi participación en este espacio de libertad al que me han invitado con un primer escrito que intenta proyectar vuestra atención sobre materias tocantes a la defensa de las ideas. No es ajeno para nosotros las prácticas totalitarias que se están re-instalando a lo largo de occidente bajo etiquetas como la justicia social, protección de las minorías, inclusive la defensa de la democracia. La hegemonía cultural marxista no avanza abrazando la libertad de expresión como el ideal civilizatorio que concebimos quienes creemos en la libertad y el individualismo, sino que cazando voces disidentes que se manifiesten en contra del mainstream de turno. Naturalmente, el miedo mutila la lengua de individuos cuyas ideas pueden estar transitando por la vereda del liberalismo o afines, voces que no son pocas y que de otro modo gritarían con elocuencia los males que se ciernen sobre occidente.
Propiamente definido, un ismo es un “movimiento” es decir, es el efecto de mover algo desde una posición inicial ya establecida hacia un nuevo estadio, o lugar. Ya sabemos por las leyes del movimiento que para que se produzca movimiento debe haber una fuerza externa que desplace al objeto y que por cada acción hay una fuerza equiparable y opuesta. Por lo tanto, para producir un cambio en el objeto (o la idea) la fuerza aplicada por medio del trabajo debe ser lo suficientemente intensa como para superar inercia (cultural, tradición, establishment, consenso de turno), cuestión ad hoc con los modelos de teoría del juegos, y definiciones de poder. Por otro lado, propiamente aplicado al mundo de las ideas, la filosofía y las artes, un movimiento busca la transformación gradual, parcial o el reemplazo total de ellas a lo largo de intervalos de tiempo y lugares no siempre bien definidos.
Ahora bien, la piedra no se lanza sola ni la flecha sale proyectada espontáneamente, así mismo, las ideas no transforman, ni desplazan o terminan reemplazado a otras ideas sin que una fuerza las anime. Esta fuerza es en primer lugar el deseo de generar transformaciones que se expresan luego en la voluntad de aplicar un trabajo en la dirección de cambio que se desea con el objetivo de introducir la(s) idea(s). Evidentemente, son personas de carne y hueso las que trabajan por generar una fuerza de cambio que exceda y supere por medio[1] de la(s) idea(s) que patrocinan las ideas del establishment o consenso de turno. Un auténtico artista aprende de los viejos maestros y mejora las tendencias de su época.
El liberalismo, primero es un movimiento de individuos con inclinaciones e intereses distintos que avanza (se mueve) en una dirección. Segundo, es un movimiento liberador, su nombre lo dice, por lo tanto se opone a las ideas que toman al hombre libre y lo transforman en un ignorante servil. Por último, es un movimiento coordinado no por la fuerza del dogma, o una agencia central, sino que por las metas del progreso y la libertad. La libertad es también la libertad para equivocarse, es por ello que la responsabilidad personal juega un rol fundamental. Tom Palmer señala que “un niño busca la libertad sin responsabilidad, un adulto por el contrario abraza ambas”
Una idea es tan fuerte como la convicción de quienes la aplican o promueven, así una mala idea puede terminan imponiéndose, y desplazando a otras buenas ideas. ¿Ya adivinan el ejemplo que les daré? Marx género una idea defectuosa, moral y económicamente contrarias a la libertad de los individuos, sin embargo, se impuso no por la robustez de sus resultados, sino que por la vehemencia y entusiasmo de sus apologistas. Prueba de ellos es la caída del muro de Berlín, cuyo símbolo fue la muerte de un sistema fracasado que trajo miseria, hambre y muerte a millones de personas, sin embargo, aquí estamos otra vez en el fondo luchando contra la misma ideología disfrazada de progresismo.
El marxismo tomó una fuerza que fue desplazando poco a poco al liberalismo porque el liberalismo perdió en la práctica su segundo componente léxicoismo. Es decir, el movimiento conjunto de personas con coraje suficiente para defender y promover las ideas de la libertad. Por esta razón, el marxismo cultural logró secuestrar y desvestir la palabra libertad de su significado original, adoptando y dándole su apellido. Hayek nos advertía al inicio del segundo capítulo de su libro Camino Hacia la Servidumbre que “Lo extraordinario es que el socialismo, que fue tempranamente reconocido como la más grande amenaza para la libertad, que naciera como una reacción en contra del liberalismo de la Revolución Francesa, ganase la aceptación general bajo la bandera de la libertad.”[2] Por lo tanto, estamos frente a una práctica común cuyas raíces se extienden a los tiempos fundacionales del socialismo.
Un caso lamentable contemporáneo de negligencia, falta de visión o quizás cobardía lo encontramos en Chile, donde “el modelo chileno” ha sido injustamente rechazado, al punto de causar cierta vergüenza animada por una superioridad moral nunca confirmada en los hechos por una parte de la población ideologizada y radicalizada. No importó la “disminución de la mortalidad infantil…[el]Aumento de las expectativas de vida de la población en casi diez años…[el incremento en la] Escolaridad media de 4.6 a 8.6 años…[o la ampliación]de 118, 978 estudiantes universitarios en 1980 a más de 249,842 en 1990”[3] No, solo bastó sentir que el modelo es per se injusto para desacreditarlo totalmente. La paradoja fue que su éxito causó su caída porque al ser exitoso y eficiente ¿qué necesidad había de defenderlo si sus frutos lo hacían por él? Mauricio Rojas explica que “no se cuestionaban las bases del exitoso modelo de desarrollo…la defensa explícita del sistema al nivel de las ideas se hizo irrelevante…el modelo se quedó sin defensores explícitos.” es decir era un modelo probadamente efectivo pero que carecía de defensores, por lo tanto, mientras los primeros enmudecieron, los segundo, aquellos que eran hostiles al modelo cantaban en coro secando sus pulmones chillando en contra los males del “neoliberalismo” o el “capitalismo salvaje”. Sin defensa y como dice Daniel Mansuy “Nos fuimos quedando en silencio.” Así, las ideas socialistas volvieron a circular por el mainstream intelectual, apoyado intensamente por la prensa local e internacional, y gradualmente se trasladó a instituciones claves como las universidades, escuelas secundarias y primarias, la salud, etc.
Pensarse libertario no es pertenecer ciegamente a algún grupo ideológico, a reconocer y ser amigos solo de aquellos pro libre mercado, no, es defender y propagar las ideas que generan libertad. Como amigos de lo bueno y libre debemos pensar seriamente: ¿Qué filosofía acompaña al libre mercado? ¿Qué narrativa complementa los fríos números y gráficos? Porque el éxito del capitalismo de libre mercado se basa en la competencia, prueba y error, premiar a quienes sirven mejor a los consumidores y quitar del mercado a quienes no, por lo tanto, genera desigualdades y resentimiento. De este modo, sin una filosofía, y narrativa detrás el capitalismo, el libre mercado, y el individualismo son percibidos como desalmados, hostiles a la sociedad, cuando son todo lo contrario, pero esta percepción errónea tiene su génesis en la falta de defensa abierta y transparente de las ideas de la libertad. T. Jefferson nos dijo que “el costo de la libertad es su eterna vigilancia” pero vigilar significa sacar la espada cuando, vigilando, nos damos cuenta que se acerca el enemigo dispuesto a quitarnos nuestra libertad, vigilar implica acción, no solo mirar, y pensar.
[1] Aplicada a través de las ideas que patrocinan.
[2] Traducción propia.
[3] De Allende a Bachelet. Explicando el enigma chileno de Mauricio Rojas
Por Francisco Villarroel
Fundador de Palabra Pública
Fellow de Econintech

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