El acto de tomar decisiones es, posiblemente, el rasgo más característico de la vida humana, el componente que la diferencia de las vidas vegetal y animal. Una decisión consiste, esencialmente, en seleccionar, de entre un conjunto de alternativas posibles, una de ellas, y descartar las demás. El individuo, al decidir, elige, de entre todas las que tiene disponibles, aquella posibilidad que, por razones que derivan de sus preferencias subjetivas, más conveniente le resulte.
La determinación de que sea el concepto de libertad el eje ordenador del sistema social -ese es el fundamento último de la filosofía política liberal- es una derivación de ese rasgo básico de la vida humana. Si la cualidad distintiva de la vida humana es la adopción de decisiones, pues entonces la libertad viene a ser la condición necesaria para que esa facultad sea plenamente ejercida. La crítica liberal a la regimentación estatal radica, esencialmente, en que produce el efecto de que introduce límites al ámbito en el que los individuos están habilitados para tomar decisiones. Esos límites consisten en reducir el menú de opciones disponibles, lo cual implica afectar la esencia de su condición de ser humano, que consiste en estar facultado para tomar decisiones.
Sucede que las decisiones no necesariamente serán acertadas, aun cuando la persona que las adopte elija lo que cree que es mejor. ¿Quién no ha comprado algún producto creyendo que era de buena calidad y resultó luego ser un fiasco? Este vendría a ser el “lado oscuro” de la facultad de decidir. El acto de elegir trae aparejada la posibilidad del error y la consiguiente frustración, que puede ser mayor o menor, según la relevancia de la cuestión sobre la cual la decisión fue adoptada.
Esta posibilidad constituye un serio problema. A todos nos complace decidir, pero nos desagrada profundamente equivocarnos. El acto de decidir contiene, a la vez, la posibilidad de elegir aquello que nos satisface, pero también el riesgo de hacer una mala evaluación y experimentar el sentimiento de desasosiego que el error trae aparejado. La conclusión que extraemos, en consecuencia, es que toda elección involucra una responsabilidad.
Y aquí aparece un factor psicológico que tiene mucha incidencia en el rechazo generalizado hacia el liberalismo. Porque la libertad nos gusta a todos, pero la posibilidad de hacer un mal uso de ella y resultar perjudicados genera una elevada dosis de inquietud. Entonces, ante la perspectiva de encontrarse en una circunstancia adversa por temor a cometer algún error, surge, como solución, la recurrencia al paternalismo estatal para que ejerza una función protectora. El costo de esa intervención estatal es una reducción del espacio disponible para el ejercicio de la libertad. En términos filosóficos, esto implica una degradación de la dignidad de la condición humana de quienes encuentran que su libertad ha sufrido una restricción.
Todo este análisis nos lleva a la deducción de que la libertad trae aparejada, al mismo tiempo, un incremento de la responsabilidad frente a la propia vida. Este hecho, para muchas personas, constituye un problema. No todos están dispuestos a asumir esa responsabilidad. Prefieren delegar, al menos parcialmente, esa tarea, no simplemente porque tengan mala fe, les falte sentido ético o sean unos canallas. Hay gente a la cual el hecho de tener que tomar demasiadas decisiones realmente la abruma, le provoca angustia, la asusta. Este es un aspecto de la condición humana al cual los liberales, si verdaderamente aspiramos a transformar el orden social, debemos tomar en consideración.
El hecho de que muchas personas sean reticentes a asumir la responsabilidad sobre sus propias vidas y prefieran un régimen colectivizado que las exima de esa obligación forma parte de la realidad sociológica de estos tiempos. El afán de trocar los actuales regímenes estatistas por sistemas liberales choca con esa dificultad, que no es susceptible de ser erradicada de manera inmediata y por medio de alguna medida política. Pero es útil identificar la presencia de este obstáculo porque, a partir de la actitud de tenerlo en cuenta, podría resultarnos posible imaginar estrategias que permitan, si no resolver inmediatamente el problema, sí al menos reducir su intensidad e ir gradualmente “desgastándolo” para abrir la posibilidad de que las ideas favorables a la libertad ganen terreno. Aunque esto no suceda de manera súbita, siempre es positivo visualizar las dificultades para estar atentos a encontrar las oportunidades de llevar adelante acciones que generen condiciones favorables para que más gente aprecie los beneficios de apoyar la vigencia de un ordenamiento liberal.
Por Alejandro Sala.
Fuente: https://www.juandemariana.org/

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