Historia de Keynes y el cuadro de Cézanne
Maynard Keynes -como prefería que le dijeran, en vez de John. no sólo ayudó a fundar el Banco Mundial y el FMI, para desgracia de las economías liberales, sino que también creó el Consejo de Arte Británico, donde dio rienda suelta a su amor por el arte.
Hombre central del Córculo de Bloomsbury, su costado intelectual lo explotó en la elite de aquella época, que solía reunirse en la casa de la escritora Virginia Woolf (ambos vivían en el mismo edificio).
Justamente en una de esas tertulias se enteró Keynes que se subastarían unas obras de Edgar Degas, recientemente fallecido. Un crítico de arte -cuya opinión Keynes consideraba “voz santa”- repetía que Cezanne, Manet y Gauguin eran genios que los británicos aún no sabían apreciar. Pero que revolucionarían el mundo del arte y sus obras serían valiosísimas.
En tiempos de guerra, comprar obras de arte era una excelente inversión. No había dudas: había que organizar una subasta. Cuenta la historia que en pleno fragor de la I Guerra Mundial (los cañones apuntaban a las trincheras de Flanders), keynes viajó a París. Allí, en la galería Roland Petit se subastaría la colección privada de Degas. Tesoros de Manet, Corot, Delacroix y otros pintores a precios de guerra. Keynes llegó con 35.000 dólares en el bolsillo.
Oh, mon amour
Fue una subasta…keynesiana. Apenas comenzó, un estruendo de proyectiles disparado a 130 kilómetros provocó la huida en masa de los postores. Los precios se desplomaron y Keynes aprovechó la oportunidad
Al empezar la subasta, París fue sacudida por el estruendo de los proyectiles disparados por un supercañón alemán a 130 kms. de distancia. Algunos postores huyeron, los precios se desplomaron y Holmes y Keynes lograron hacerse con unas verdaderas gangas.
Asi fue como el cuadro “Pommes”, el exquisito óleo de siete manzanas de Cezanne llegó a las manos de Keynes por la friolera de 700 dólares. Si, 700.
Un Cezanne en el camino
Al final de la subasta, a los intrépidos coleccionistas de arte se les unió el diplomático Austen Chamberlain, quien ofreció llevar a Keynes hasta la aldea de Charleston, en Sussex, sur de Inglaterra, donde la hermana de la escritora Virginia Woolf, la artista Vanessa Bell, compartía una granja con Clive Bell y el amante de Keynes, el pintor y diseñador Duncan Grant.
Pero el camino desde la carretera principal estaba demasiado embarrado para “el auto gubernamental” de Chamberlain y Keynes no podía cargar todo su equipaje.
Es por ello que dejó el Cezanne bajo un matorral y caminó un kilómetro hasta la casa donde estaban sus amigos del Círculo de Bloomsbury.
Hablando con la BBC en 1969, Duncan Grant completó la historia: “Al llegar dijo: ‘si bajas por este camino, hay un Cezanne a la entrada’”. Un dato no menor es que en esa región, llovía uno de cada dos días.
Un Cezanne atrás de un árbol. Una anécdota keynesiana.
Fuente: https://visionliberal.com.ar/

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